El mundo y el hombre giran en torno a la verdad, aunque no se quiera.
Buscamos la verdad, nuestras decisiones se basan en un concepto de verdad, lo que sea que eso signifique para cada persona. Pues no desconocemos que muchas personas de manera implícita o explícita sostienen que la verdad es relativa.
En un mundo plagado de materialismo, la generosidad se centra en los recursos con que cuenta cada persona, de tal manera que en la medida que una persona tiene más, tendría la mayor capacidad de ser más generosa.
Este pareciera un tema sencillo de resolver, sin embargo no es así.
A veces las personas se van a los extremos, en un alarde de espiritualidad entre comillas, o mejor de religiosidad proscriben o marginan la obtención de bienes materiales.
A simple vista del título de esta reflexión nos parece dar una idea lógica de lo que ello significa. Y si vamos un poco más allá de la idea primaria podríamos incluso pensar en lo encomiable que resulta servir a Dios.
La semana pasada en la reflexión anterior, dimos por hecho que el hombre, por su propia naturaleza, tiende amarse a sí mismo, cuidarse, protegerse, sustentarse, etc.
El título de esta reflexión pudiera ser algo confuso o inquietante, pues es evidente que Dios no quiere promover el hedonismo, de tal manera que cuando Jesús nos manda que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, el énfasis no está nuevamente en exaltar la tendencia hacia nosotros, sino más bien se está usando como un parámetro.
Suelen confundir algunas personas, aún creyentes, el mandato de nuestro Señor Jesucristo, en el sentido de que tenemos que amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen para que seamos hijos de Dios,
Desde la reflexión de la semana pasada, venimos refiriéndonos a las palabras de Jesucristo donde nos instruye y ordena que amemos y oremos por nuestros enemigos:
Sin duda todos tenemos o hemos tenido enemigos, con razón o sin razón, de hecho, el mandamiento de nuestro Señor Jesucristo de amar a nuestros enemigos supone que tendremos enemigos.
Somos una iglesia formada por creyentes, que hemos renacido para una vida abundante a través de una relación personal con Jesucristo, el Hijo de Dios. Esta nueva vida nos anima a reunirnos con el fin de adorar a nuestro Salvador, edificarnos mutuamente y compartir con otros el mensaje de vida plasmado hace dos mil años en la cruz del calvario.