La semana pasada en la reflexión anterior, dimos por hecho que el hombre, por su propia naturaleza, tiende amarse a sí mismo, cuidarse, protegerse, sustentarse, etc.
Sin embargo, debemos tener cuidado cuando esta actitud se vuelve un obstáculo para cumplir con el mandamiento de nuestro Señor Jesucristo en el sentido de que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos.
Sin duda entendemos que un sentido de protección y sobrevivencia natural demanda de nosotros cuidado personal en todos los ordenes, pero cuando vamos al extremo es cuando desplazamos a Dios y a los demás de nuestra atención y vida.
La autosatisfacción y la autocomplacencia ponen el énfasis no solo en uno mismo, sino únicamente en uno mismo, se pierde la noción de que estamos bajo el cuidado de Dios.
Nos ocupamos de nosotros mismos sin considerar que la Escritura dice que Él tiene cuidado de nosotros y justamente lo dice en el contexto de que echemos toda nuestra ansiedad sobre Él
“Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” – 1 Pedro 5:7
Y que decir del texto que nos insta a buscar la paz de Dios que sobrepasa nuestro entendimiento, para no tratar de racionalizar y justificar del porque únicamente nos ocupamos de nosotros mismos, cuando que se nos pide que confiemos en que Dios es capaz de guardar nuestros corazones y nuestros pensamientos, y que desechemos el afán.
“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” – Filipenses 4:6-7
Sabemos que el hombre natural no alcanza a comprender lo que dice la Biblia, la cual asegura que somos hechura de Él y Él cuida no solo de nosotros, sino de toda la creación,
“Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” – Hechos 17:26-30
Todo esto tiene sin duda una relación directa con la obra de Jesucristo en estos tiempos en donde encontramos que la Escritura dice que el Hijo de Dios sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, Hebreos 1:3, así como hizo la creación misma, cuando Dios dijo que fueran las cosas y fueron hechas, Génesis 1:3 y ss.
Cuando entendemos todo esto, la repercusión es múltiple.
Para empezar, tendremos tiempo para Dios, pues muchas de las cosas por las que nos afanamos o caemos en ansiedad hacen que nos olvidemos no sólo de confiar sino de amar a Dios con todo nuestra mente, cuerpo y alma.
En segundo lugar, tendremos tiempo para mirar hacia los demás, hacia el prójimo. De hacer de nuestra fe, algo más que simple religión, algo más que buenas intenciones.
El libro de Santiago nos conmina a poner en práctica nuestra fe, a que sea mostrada al mundo, a que se haga visible, a que se haga una fe viva, Santiago 2:14-18
Podemos cuidarnos, atendernos a nosotros mismos, sin permitir llegar a la autocomplacencia, y olvidar que Dios nos puso al prójimo para amarlo como a nosotros mismos mismo, y no sólo que preguntemos, ¿quién es nuestro prójimo? Lo que según el texto bíblico será únicamente para justificar nuestra falta de atención, compasión, interés y amor.
“Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?” – Lucas 10:19
No se nos olvide las palabras de Dios por medio del apóstol Pablo:
“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.” – Romanos 15:2

Encuentra más Reflexiones Pastorales