Pregunta “L”: Sabemos que algunos que se congregan no son salvos, pero ¿alguien por mucho que se congregue y sea incrédulo, puede escudriñar las Escrituras y preocuparse por su salvación?; y ¿un hermano en Cristo puede llegar a pensar que no cree realmente?
En realidad, se trata de 2 preguntas que merecen respuesta cada una por separado.
¿Puede un incrédulo congregarse y preocuparse por su salvación?
Respecto a la primera pregunta que tiene que ver con aquellas personas que no siendo creyentes se congregan y se preocupan por su salvación. Quiero comenzar con aquello que les dijo Pablo a los Gálatas 4:9, cuando se refiere a que es mejor ser conocido de Dios que conocer a Dios.
Dicen las Escrituras que Dios conoce a los suyos, 2 Timoteo 2:19. Todo aquel que invoca el nombre de Cristo y tiene el sello del Espíritu Santo, es conocido por Dios. Porque el Espíritu es las arras de la promesa de que Dios vendría por los creyentes para estar con Él siempre, Efesios 1:13-14, en relación con 1 Tesalonicenses 4:17
La salvación no depende de que se congreguen, incluso que sean regulares en asistir a una Iglesia, pues ello no garantiza que son salvos, ya que pueden ser sólo profesantes o simpatizantes que les gusta escuchar la Palabra de Dios, Hebreos 6:5, y por un tiempo adoptan ciertas actitudes cristianas, pero al no ser cambiada su naturaleza, vuelven a sus actitudes de siempre, 2 Pedro 2:21-22, porque para abandonar verdaderamente las costumbres del viejo hombre es necesario despojarse de él y ser regenerados (ser recreados), para vestirse del nuevo, Efesios 4:24 y 2 Corintios 5:17
Ahora bien, al tener contacto con la Palabra de Dios el hombre puede ser redargüido, y en un momento dado ser limpiado con la Palabra de Dios y nacer de la Palabra (agua que limpia), Juan 3:5, en relación con Efesios 5:26 y Juan 13:10 y experimentar la salvación y más aún, si escudriña la Palabra de Dios, Juan 5:39
Por lo que no es suficiente con que se congregue o que conozca las Escrituras o que conozca de Dios, pues el mucho conocimiento no es suficiente para salvación. Cuando Pablo habló a los gálatas acerca de que conocieron a Dios, pero dejaron lo importante, lo interno (ahora se querían judaizar volviéndose a las tradiciones, mandatos de hombres) se olvidarían de lo que Dios conoce, nuestro corazón.
Tampoco es suficiente con que se preocupe por su salvación, debe rendirse a Dios, dejar de luchar con Dios. La preocupación, en un concepto puramente literal, se convertiría en obra o cuando mucho en remordimiento (atrición = arrepentimiento que no conduce a salvación), pero no en el verdadero arrepentimiento (contrición = arrepentimiento para salvación). 2 Corintios 7:9-16
La Biblia enseña que:
“…no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” – Romanos 9:16
¿Un cristiano puede dudar de su salvación?
La segunda cuestión que platea tiene que ver con la seguridad de la salvación. Si el creyente puede estar seguro de su salvación o no.
En principio debemos declarar que el creyente esta llamado a estar seguro de su salvación. Esto, desde luego, no puede ser motivo de ninguna jactancia, pues en este punto Dios le exige al creyente que procure hacer firme su vocación y elección. El cristiano que sabe que fue elegido por el poder soberano de Dios, sabe que esa firmeza lo prevendrá de caer y que no dependerá de él, 2 Pedro 1:10, y aún agrega el apóstol Pedro en su Primera carta 5:10, que el Dios de toda gracia que nos llamó, es el que nos perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá.
Buscar la certeza de la salvación; en el creyente tiene un significado progresivo que lo ayuda a crecer en su vida espiritual como nos dice Filipenses 2:12-13, en donde nos enseña que si bien nosotros nos ocupamos de nuestra santificación (en ese sentido de tiempo presente se usa la palabra salvación en este texto), Dios es el que produce tanto el querer como el hacer por su buena voluntad.
El creyente que permanece constantemente en inseguridad bloqueará él mismo su andar cristiano. Pablo enseñó a los filipenses que cualquier cosa que les estorbe, debe ser dejada atrás y el creyente deberá extenderse hacia la perfección, Filipenses 3:13-14 en relación con Hebreos 12:1
Es bien cierto que Dios nos anima a examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos en la fe, 2 Corintios 13:5; pero en ese mismo texto nos guía a que nos conozcamos a nosotros mismos, estando seguros de que Jesucristo está en nosotros y nosotros en Él.
En este punto, vale la pena recordar a R. C. Sproul (a quien les recomiendo leer), que habla de cuatro tipos de personas.
- Las que no son salvas y que lo saben
- Las que son salvas, pero que no lo saben
- Las que son salvas y saben que son salvas, y
- Las que no son salvas, pero creen que lo son.
El primer grupo rechaza abiertamente a Cristo. El segundo grupo son los que constantemente están dudando de su salvación, pero sin avanzar, en especial aquellas que tienen algún pecado con el que están luchando, por tanto, padecen de la inseguridad permanente. El tercer grupo es el creyente que se somete a la voluntad del Espíritu Santo sin restricciones, busca la dirección de Dios y está seguro de su salvación dando testimonio abierto de ello. Y por último están los que creen que creen, que se vuelven profesantes, profesionales de la religión, tienen actitudes de creyente, costumbres, etc., pero que no han sido regenerados.
Un ejemplo de esto eran los fariseos con los que Jesús trató en el tiempo de su vida en la tierra. Ellos estaban seguros de que eran del pueblo de Dios, Jesucristo los reconvino con mucha frecuencia, pero muy pocos quizá reconocieron que no eran salvos y se convirtieron al Señor. Nicodemo es un buen ejemplo de ello, Juan 3:1-5
La doctrina juega un papel muy importante en la seguridad de la salvación, pero es la responsabilidad de una iglesia local, enseñar la salvación conforme a las Escrituras.
Ahora bien, la persona que ha de examinarse para saber si verdaderamente es un creyente, tendría que apelar al testimonio de su conciencia, testimonio interno-externo, que con sinceridad y gracia de Dios, como dice la Escritura, y no con sabiduría humana, que se comporta de la manera que Dios quiere que lo haga durante su peregrinar en esta tierra, 2 Corintios 1:12
También es importante tener presente el testimonio que resulta del fruto que produce nuestra fe, testimonio externo, Juan 15:16-17, que se traduce en el amor a los hermanos.
Por último, el testimonio del Espíritu Santo, testimonio interno, que le muestra a nuestro espíritu, que somos hijos de Dios y que por eso podemos con toda certeza decirle a Dios, Padre, Romanos 8:14-17
Para concluir no podemos dejar de recordar lo que Jesús enseñó en el pórtico de Salomón en la celebración de la dedicación del templo a la adoración de Dios, en donde aseguró que sus ovejas oyen su voz, lo conocen y lo siguen, y que Él les da vida eterna, y por tanto jamás morirán porque nadie las puede arrebatar de su mano, ni de la del Padre, que al final de cuentas es la misma, Juan 10:27-30

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