Que fácil es pensar que una cosa es la necesidad espiritual y otra la necesidad material. A veces solemos olvidar que Dios usa la necesidad material para demostrarnos que lo necesitamos.
En el Sermón del Monte, Jesucristo enseñó las verdades básicas del reino de los cielos, que todo creyente debía saberlas como la ley básica para ser un auténtico ciudadano del cielo.
La primera regla que enseño, es que los pobres de espíritu son bienaventurados.
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” – Mateo 5:3
Lo que sobresale en primer lugar es que para ser del reino de los cielos o mejor dicho para que nos apropiemos del reino, tenemos que ser pobres de espíritu.
La promesa es enorme, imagínese que el reino más importante puede ser suyo, y lo más increíble es que no tenemos que merecerlo, pues no tenemos que hacer algo, sino más bien dejar de hacer algo, me explico.
Si usted tuviera que hacerse pobre de espíritu, sería tanto como fingir, porque usted o lo es, o no lo es, pero no puede hacerse lo que no es. Lo que más bien usted tiene que dejar de hacer, es sentirse autosuficiente, capaz de suplir cualquier necesidad por usted mismo y saber que debe depender de Dios.
Ahora bien, usted me dirá, “pero ¿qué tiene que ver eso con lo espiritual?”; mucho, porque precisamente cuando usted reconoce un estado de necesidad material del orden que usted piense; salud, alimento, trabajo; si usted es sensible se dará cuenta que necesita a Dios; se percatará que usted no puede, por si mismo, cubrir la totalidad de sus necesidades y mucho menos las del orden espiritual.
Dios nos entrena a través de las cosas materiales para extender las espirituales. Por ejemplo, usted necesita comer, pues bien observe lo que dijo nuestro Señor Jesucristo:
“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.” – Juan 6:47-58
Y agregó en otro texto, “no solo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de mi padre.”
“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.” – Deuteronomio 8:3
Y aún más, veamos el siguiente pasaje:
“Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.” – Juan 4:34
Y finalmente afirmó:
“porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” – Romanos 14:17
Y esto es sólo un ejemplo de cómo Dios nos muestra el reino. Así pues, usted debe saber que nada puede hacer por su vida espiritual, no puede hacer nada para ser salvo porque la justificación es por gracia como lo dice la Escritura:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios.” – Efesios 2:8
Es decir, vivimos en la miseria espiritual debido al pecado, a tal grado que para la salvación somos considerados muertos.
“En los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” – Efesios 2:2
Como alguien que nada puede hacer.
Y qué diríamos de la santificación, pues si bien debemos cuidar nuestra vida obedeciendo a Dios:
“Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” – Filipenses 2:12
Dependemos de la obra del Espíritu Santo para que produzca en nosotros no solo el deseo de hacer algo, sino el hacerlo. (Filipenses 2:13).
Por eso, es que los pobres de espíritu se apropian del reino de los cielos y son bienaventurados, felices, dichosos, porque se dan cuenta de su necesidad de Dios, eso los lleva a confiar en Él:
“Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” – 1Pedro 5:7
Y en eso no hay lugar para el orgullo, se requiere de toda la humildad ¿no crees?
