Alguna ves leí que tanto San Agustín de Hipona como Santo Tomás de Aquino decían que el orgullo era la esencia misma del pecado. Por su parte Everett F. Harrison, afirma que; “es muy difícil que se cometa un mal que no este relacionado con el orgullo, en algún sentido”.
Piénselo, y la vida práctica le demostrará que el mayor instrumento que usa Satanás, el mundo y las concupiscencias (que son las fuentes del pecado), es el orgullo.
Satanás se reveló a Dios por orgullo, tal y como demuestra lo escrito por el profeta Ezequiel en el Capítulo 28, en donde nos muestra de los v. 14-17, la gloria con la cual Dios coronó a Satanás. Sin embargo, eso no fue suficiente, pues al principio del v. 17, nos dice que la causa de la rebelión de ese ángel fue el orgullo cuando dice “se enalteció tu corazón”.
“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti.” – Ezequiel 28:14-17
Quiero compartirle dos textos bíblicos en esta reflexión, los cuales se refieren de manera práctica de cómo podemos resistir al orgullo y en consecuencia resistir al enemigo, al mundo y a nuestra carne.
El siguiente pasaje nos muestra los puntos vulnerables, que tenemos y por los cuales se corre el riesgo de caer en el orgullo con funestas consecuencias:
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. !Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.” – Santiago 4:1-10
(v.1) Las Pasiones. Santiago se pregunta, ¿De dónde vienen las guerras? Y con otra pregunta retórica contesta, ¿No es de vuestras pasiones…?
(v.2) La Codicia. Santiago nos advierte que los peores delitos que se pueden cometer son con la codicia. Por ella se puede cometer homicidio o caer en la envidia al sentir dolor por lo que deseamos y no podemos tener.
(vv.3-4) Los Deleites del Mundo. El mundo nos puede atraer de tal manera que nos abraza y no nos suelta con el lazo de su “amistad”. Pero en la medida que más nos hagamos amigos del mundo, más nos alejaremos de la amistad de Dios.
(vv.5-6) La Soberbia. Este aspecto del pecado nos aleja de la humildad y nos hace olvidarnos de que el Espíritu de Dios mora en nosotros y que espera tener comunión plena con nuestro espíritu.
La respuesta contra estos peligros es:
(v.7a) Someternos a Dios. Obedeciendo su Palabra.
(v.7b) Resistir al diablo. Rechazando la tentación.
(v.8a) Acercarnos a Dios. Buscando la comunión con Él.
(v.8b) Limpiarnos de pecado. Confesando nuestras transgresiones.
(v.8c) Purificando nuestros corazones. Apartándonos del pecado.
(v.9) Afligiéndonos, lamentándonos y entristeciéndonos. Avergonzándonos por el pecado.
(v.10) Humillarnos. Someternos a la voluntad de Dios.
Con todo este círculo virtuoso (observa cómo empieza y cómo termina el proceso y vuelve a comenzar y así siempre), estaremos en aptitud de humillarnos delante de Dios para ser exaltados por Él.
Finalizaremos esta reflexión con otra recomendación práctica que aparece en el siguiente pasaje:
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.” – Romanos 12:3
El apóstol Pablo, desde un punto de vista práctico en el contexto del Cuerpo de Cristo, es decir la Iglesia, nos guía a una rendición total en los vv.1-2 del pasaje, de Romanos 12. Elemento fundamental para tener no solo una relación vertical plena con nuestro Padre que está en el cielo, sino para estar capacitados para una relación equilibrada y armónica en sentido horizontal con las demás personas y especial con los hermanos de la Iglesia.
Dos son los ejes de este equilibrio, uno explícito y el otro implícito; el primero se encuentra en el enunciado que dice que nadie “…tenga más alto concepto de sí que el que deba tener”; y el segundo aparece en el complemento del enunciado que dice que “…piense de sí con cordura”. Es decir, lo contrario a la falsa humildad, esto es la autocompasión que lejos de buscar ser humilde, busca ser reconocido por el sufrimiento o el estoicismo con que resiste la aflicción.
Lo anterior también conduce al orgullo como lo señala John Piper, por lo que el equilibrio es no sentirse de más (enaltecerse), pero tampoco sentirse de menos (autocompasión), y para combatir el orgullo no hay como la cordura, que solo proviene de un espíritu humilde.
