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La Responsabilidad de Conocer la Verdad de Dios

Desde luego ya sabemos que Dios se revela a sí mismo, el hombre por más “inteligente” que sea es incapaz de conocer a Dios, por el contrario, la Biblia nos enseña que no hay quien entienda, ni busque a Dios. Por tanto, Él ha establecido la revelación general que vemos en Romanos 1:18 y siguientes, y la revelación especial a través de su Palabra (Juan 5:39-40), con la finalidad de venir a Dios a través de Jesucristo.

«Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.» – Santiago 3:1-2

Pues bien, dentro de la responsabilidad que ha generado para aquellos a quienes más se ha revelado, está la tarea de enseñar a otros. Por eso es que Santiago se ocupa de esta responsabilidad tan delicada bajo ciertos principios que podemos desentrañar de estos dos versículos.

PRIMERO. El compromiso de enseñar, es de los creyentes

Cuando dice: “Hermanos míos”, Dios en su propósito de revelación, utiliza a los creyentes para mostrar sus verdades. Por supuesto como lo hemos visto en otras ocasiones, Dios soberanamente puede utilizar a quien sea y lo que sea para enseñarnos; pero la tarea de discipular (enseñanza sistemática y permanente) solo está reservada para aquellos que son sus hijos.

SEGUNDO. El compromiso de enseñar entraña una responsabilidad

Cuando dice: “no os hagáis maestros muchos de vosotros”. Todos tenemos la responsabilidad de enseñar, pero Dios ha dotado a algunos de los creyentes con el don de enseñar. Santiago no está completamente descartando que no nos hagamos maestros, sino que consideramos las consecuencias.

El que se ha de avocar a la tarea de las enseñanzas, contrae la responsabilidad de previamente hacerse discípulo. El que solo le atrae enseñar, sin primero discipularse, tiene que cuidar que no lo esté haciendo por soberbia o porque ama estar al frente de un grupo. Primeramente ha de anhelar ser enseñado antes que enseñar, menospreciar el discipulado o la enseñanza que proviene de otros, enseñará en la carne, pues ser discípulo requiere humildad y un profundo deseo espiritual de conocer la verdad de Dios.

TERCERO. El compromiso de enseñar implica una conciencia de esa responsabilidad

Cuando dice: “sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Jesucristo en su ministerio cuando anduvo en esta tierra, enseñó que a mayor revelación o enseñanza, mayor condenación. A mayor luz que recibimos, mayor es nuestra responsabilidad para alumbrar delante de los hombres.

Cuando el creyente se hace maestro a sí mismo, lo primero que demuestra es que lo hizo por iniciativa propia, nadie lo comisionó, ni los hombres, ni Dios. Dios utiliza a los líderes de la congregación para colocar a los creyentes en los distintos ministerios y el de la enseñanza no es la excepción. El peligro de haber tomado ese ministerio por iniciativa propia puede representar un deseo de simplemente satisfacer su anhelo personal, la confirmación ministerial ayuda a evitar el peligro de tener que enfrentarse a una condenación mayor.

CUARTO. El compromiso de enseñar implica la madurez

Cuando dice: “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto”. La enseñanza en su correlativa práctica y obediencia a la palabra de Dios, ponen de manifiesto que la persona es madura, no que sabe mucho o es hábil en el uso de la palabra o lenguaje. La madurez se mide en la prudencia, en el carácter templado en todos los actos de nuestra vida. Si nuestra actitud es solo cuando enseñamos, pero no corresponde a nuestra vida en general, entonces es solo una actuación, es teatro, los demás deberán ver nuestra sobriedad.

El texto nos advierte de un peligro “todos ofendemos”, incluyéndose el autor, porque esa es una verdad irrefutable, pero el que se ocupa de no ofender, ese muestra su madurez y una forma de no ofender es no ser tropiezo a los demás.

QUINTO y último. El compromiso de enseñar representa dominio propio

Cuando dice: “capaz también de refrenar todo el cuerpo.”. Tenemos la capacidad de controlar nuestras actitudes, el que enseña no ha de enseñar lo que le gusta, lo que prefiere, o lo que piensa, sino la Palabra de Dios, no ha de mostrar su debilidad carnal, sino un control de nuestros deseos carnales. Enseñamos lo que somos, “no os hagáis maestros muchos de vosotros”.

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