La impronta que tenemos del mundo en relación a servir a los demás, crea en nosotros prejuicios tales como: “los demás me tienen que servir, no yo a ellos”; “en la medida en que soy más ‘importante’, merezco ser servido”; “el que sirve a otros es considerado de menor jerarquía o importancia” y otras consideraciones como estas.
Jesucristo dejó en claro a sus discípulos que en el Reino de los cielos era al revés:
“Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” – Mateo 20:26-28
Entre los creyentes la influencia del mundo ha permeado el servicio en las congregaciones, e incluso se llegan a establecer jerarquías implícitas en el servicio que lleva a cabo cada hermano; por ejemplo es muy común que se piense que es más importante el servicio que presta un predicador o maestro, a alguien que se dedica a la administración o a la tesorería; o bien se considera de más relevancia a los que ministran en la alabanza que a la que apoyan en el sonido y su instalación o en la proyección.
La Escritura nos enseña:
“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.” – 1 Corintios 12:18
En el caso concreto de nuestro texto observamos que en la Iglesia Dios puso una necesidad que se convirtió incluso en un conflicto (desavenencia) derivado del crecimiento de la Iglesia. El problema no era el crecimiento de la congregación, sino la necesidad de que se entendiera a la Iglesia como un cuerpo que tiene que ser atendido.
“En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria.” – Hechos 6:1
Leer: Hechos 6:1-7
La respuesta de los apóstoles guiados por el Espíritu Santo, fue que entendieron que había que atender ese requerimiento, por lo cual convocaron a los discípulos y les hicieron saber algo que podría interpretarse como una jerarquización de los ministerios, pero por el contrario, los apóstoles comprendieron que había diversidad de dones en la Iglesia y que Dios había colocado a creyentes aptos para atender la distribución en las mesas, entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron:
“No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas.” (v.2)
El hecho de que encomendaran a los discípulos que buscaran entre los hermanos quienes tuvieran el don de servir (Romanos 12:7a), pero que también reunieran una serie de requisitos tales como: varones, llenos del Espíritu Santo, llenos de sabiduría, etc., mostró algo que todo creyente debe saber:
“Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo.” (v.3)
El asunto que se tenía que atender, era distribuir los alimentos equitativamente entre las viudas hebreas y las viudas griegas. Tal tarea no parecía requerir mayor cuidado que el de buscar hermanos que quisieran trabajar en ese ministerio. Que dicho sea de paso a veces los hermanos en la Iglesia no quieren ocuparse de menesteres que parecen ser de poca trascendencia.
Sin embargo, el hecho de que se buscara a personas con tales cualidades espirituales nos demuestra que todas las tareas en la Iglesia son importantes, porque son tareas espirituales.
Por eso, una vez que se hubieron encontrado a los candidatos, los apóstoles oraron por ellos y les impusieron las manos como si lo que iban a realizar fuera la cuestión más importante en la iglesia. No se iban de misioneros, tampoco iban a una campaña evangelística, “simplemente” iban a atender mesas y eso era muy importante.
“A los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos.” (v.6)
La condición de saber que todos los ministerios, aún los que usted considere “insignificantes”, son espirituales y requieren que usted sea creyente, lleno del Espíritu Santo y de sabiduría y que oren para que usted lo desempeñe de la mejor manera. Nos anima a esperar la consecuencia de que la obra de Dios crezca y que en su Iglesia ocurran cosas increíbles, tales como que se conviertan personas que usted nunca imaginaría.
“Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.” (v.7)