Aún desde antes de ser creyentes el hombre por medios que él ha creado ha buscado acercarse a Dios, como las religiones, o en el menor de los casos, por las obras, esforzándose en tratar de ser bueno.
La Biblia enseña:
“Como está escrito; No hay justo, ni aún uno; No hay quien entienda no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” – Romanos 3:10-12
El problema del creyente es que piensa que por su propio esfuerzo puede también agradar a Dios, pero nada más alejado de lo que enseñan las Escrituras. Por más que busquemos en ellas ese respaldo doctrinal, como por ejemplo Filipenses 2:12 que dice que debemos ocuparnos de nuestra salvación (en este caso refiere a santificación) con temor y temblor, no debemos separarlo del versículo siguiente (Fil 2:13) que afirma que eso lo debemos hacer seguros de que Dios produce en nosotros el querer como el hacer por su buena voluntad.
Esto es, es Dios el poder para nuestra auténtica vida consagrada a Él, pues nuestro esfuerzo debe estar centrado en Él y en su gracia y no en el poder humano, es decir en la carne.
“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” – 2 Timoteo 2:1
Por eso el salmista, conociendo su debilidad, reconoce que la auténtica vida de santidad y de congregación depende de Dios mismo, que la perseverancia en la fe y por tanto en la obediencia, radica en la voluntad de Dios, en la buena voluntad de Dios.
Mira con cuidado el Salmo 119:33-40, y aprende de las peticiones que el hombre o mujer que quiera agradar a Dios, le encomienda a Él:
“Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, Y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, Y la cumpliré de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos, Porque en ella tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios, Y no a la avaricia. Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; Avívame en tu camino. Confirma tu palabra a tu siervo, Que te teme. Quita de mí el oprobio que he temido, Porque buenos son tus juicios. He aquí yo he anhelado tus mandamientos; Vivifícame en tu justicia.” – Salmo 119:33-40
Nueve (9) peticiones para tu oración diaria:
- ENSÉÑAME el camino de tus estatutos, sólo de esa manera el hombre es capaz de guardarlos, en énfasis está en la petición.
- DAME ENTENDIMIENTO para poder guardar tu ley y cumplirla de todo corazón, pues no basta nuestra “buena voluntad”, sino es necesaria la buena voluntad de Dios
- GUÍAME en el camino de tus mandamientos, porque dice el salmista que ciertamente en la senda de Dios tenemos nuestro deseo, pero sin la guía del Espíritu Santo, que todo creyente tiene, sería imposible.
- INCLINA mi corazón a tus testimonios, sólo Dios puede y quiere inclinar nuestro corazón engañoso a sus testimonios.
- APARTA mis ojos de la vanidad. Él puede guardarnos en pureza e integridad para no dejarnos llevar por nuestras concupiscencias pues como decía el apóstol Pablo, “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Romanos 7:24)
- AVÍVAME en tu camino, Dios puede poner en nosotros ese fuego que anhela por andar en la voluntad de Dios.
- CONFIRMA la palabra a tu siervo. Sólo aquel que teme a Dios desea fervientemente ser confirmado en la palabra de su Señor.
- QUITA de mí el oprobio que he tenido; la certeza del juicio de Dios nos hace menospreciar los juicios de los hombres, porque sólo los juicios de Dios son buenos.
- VIVIFÍCAME en tu justicia, aquel que anhela hacer la voluntad de Dios se empeña en buscar la justicia divina.